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Una política no oficial de tolerancia en Lima, Perú, llevó a la ocupación generalizada de terrenos periféricos durante la segunda mitad del siglo XX. Las barriadas, como se denominaron estos barrios, permitieron a los colonos de bajos ingresos acceder a la tierra de forma casi gratuita y construir a su propio ritmo y según sus capacidades. Aunque respondían a una clara necesidad, estos barrios no estaban planificados de forma oficial, los esfuerzos de mejora se desarrollaban con lentitud y dependían de los recursos, y la construcción era a veces de mala calidad. Los esfuerzos de regularización y mejora que siguieron a los asentamientos resultaron caros y largos cuando los emprendieron los colonos o el gobierno.
La proliferación de cientos de barrios de “autoayuda”, a la vez que proporcionaba refugio a un gran número de peruanos de bajos ingresos, alimentó una expansión de edificios de baja altura que hizo retroceder los bordes de Lima y consumió gradualmente gran parte del suelo edificable de la periferia. Este patrón contribuyó a una fuerte reducción de la oferta de suelo asequible para los hogares de bajos ingresos, especialmente el suelo situado a una distancia razonable de las oportunidades de trabajo. A medida que el suelo se hizo más escaso, los asentamientos que antes eran de baja densidad acogieron a un número cada vez mayor de nuevos residentes en un proceso de crecimiento vertical y densificación, que a veces dio lugar a condiciones de hacinamiento. Ante el elevado coste de la tierra y la escasez de terrenos libres, los recién llegados o los hogares más pobres de finales de siglo se vieron en apuros para adquirir sus propios terrenos. Esta evolución ha sido uno de los factores que ha llevado a la ocupación de las zonas precarias que permanecen tras el cambio de siglo.